domingo, 7 de junio de 2020

DÍA 86: DOMINGO, ESTÁS TRISTE

Intimidad es entrar a la tristeza de alguien que está solo y, tan sólo está que deja la puerta entornada para que vos entres sin pedir permiso para espiar su dolor. 

Tristeza es escuchar que los brazos de ese alguien se mueren por abrazar, pero no hay llama, no hay nafta para que esos brazos se eleven para llegar a tocarte y así, concretar el abrazo. 
Cuando no hay llama, sucede que hay un gris permanente en los ojos de ese alguien... un gris que no se borra ni mirando al sol de frente en un día re soleado.

Gris es el color que adquiere el alma de alguien que se fue a dormir, mientras la vida lo necesitaba despierto.

El alma de alguien se duerme cuando la sangre de sus venas deja de encontrar un por qué o para qué en cada bombeo que le dedica al resto del cuerpo.

Quiero ayudarte. No sé cómo se hace. No sé si me corresponde ser quien te ayude. Quiero ayudarte. Tu tristeza, mi tristeza. Somos lo mismo. No duermo bien, si vos dormís mal. Quiero ser vos para despertarte desde adentro.

sábado, 6 de junio de 2020

DÍA 85: INSTANTÁNEA

La foto de todos los instantes que implica(ro)n este remanso hacia adentro. Esta cuarentena va a quedar atesorada adentro de mi ser, como las comidas misteriosas que tienen un gusto especial a raíz de los condimentos mágicos con los que se cocinan. 

Van a ser parte de esa foto, la galería de la casa de mi infancia con sus baldosas anaranjadas partidas por el tiempo que se (y nos) arruga; va a quedar la colchoneta violeta en la que me habré plegado una y otra vez para encontrar, en alguna postura de yoga, la postura frente al día (cada día, una odisea, en este aislamiento social); voy a mirar todas esas películas captadas desde el sillón con las dos bandejas redondas y negras que captan a las películas junto a nosotros; el cuarto de mi infancia con su Ella Fitzgerald mal dibujada pero bien sentida (el mismo cuarto que me dio la bienvenida a mi nueva versión menos ingenua, pero no por eso, menos plagada de niña interior; el jardín con el mosquito que me picó, bautizándome de dengue; el living colmado de instrumentos como batería guitarra, ukelele y hasta un piano que descansa sobre el estuche rígido dela guitarra (a falta del pie original) abrazados en forma de canciones al compás de cuatro manos; el balcón del cuarto de mis viejos usado para leer, para tomar sol sin mosquitos, para ver a la luna asomarse, para decir buen día cada día, o para escapar a alguna parte cuando no hay a dónde escapar; la pava dónde se gestaron los 1423 cafés y las 876 aguas para mates; el rompecabezas con tres bailarinas que no terminan de armar su postura, porque, completarlas implicaría algún tipo de final; las rejas de cada ventana recordando que siempre yo tengo la decisión final sobre entender de qué lado anida la libertad y de qué lado la prisión; pero por sobre todo, quedará cargada en la retina de mis dos ojos, toda la vida sucediendo, atravesando cada poro de la casa... Y la presencia de mi hermano con su respiración, su cadencia y su alma pululando cerca mío, recordándome que somos a cada rato, lo que acabamos de dejar de ser. 



Tomás

martes, 2 de junio de 2020

DÍA 81: EL BAMBÚ JAPONÉS

Hola estuve unos días en silencio. Bah, mejor dicho, sin asomar la cabeza (o las yemas de los dedos que tipean, por acá). En realidad estuve hurgando, viviendo otras cosas. A veces el respiro es necesario. Pero sepan, que en dicho respiro, en dicha aparente pausa, estaba gestando mis raíces.... y si tienen alguna duda... conozcan la historia del Bambú Japonés. 


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EL BAMBÚ JAPONÉS
No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante.

También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: ''¡Crece, maldita seas!''.

Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo trasforma en no apto para impacientes. Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas estériles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de sólo seis semanas, la planta de bambú crece... ¡más de 30 metros!

¿Tarda sólo seis semanas en crecer?

¡No! La verdad es que se toma siete años para crecer y seis semanas para desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú genera un complejo sistema de raíces que le permiten sostener el crecimiento que vendrá después.


En la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.

Quizá por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados a corto plazo abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente de que sólo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado.

De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creeremos que nada está sucediendo. Y esto puede ser extremadamente frustrante.

En esos momentos (que todos tenemos), recordemos el ciclo de maduración del bambú japonés. Y no bajemos los brazos ni abandonemos por no ver el resultado esperado, ya que sí está sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando.

No nos demos por vencidos, vayamos gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que nos permitirán sostener el éxito cuando éste, al fin, se materialice.

El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros.

Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia


Fuente: 'las perlas de sabiduría' en www.alexrovira.com