Por accidente, llegué a un nacimiento. No se me privó ninguno de los momentos del parto, lo ví entero, completo. Sonaba Natalia Lafourcade, muy dulce, de fondo a modo de banda sonora del acontecimiento. De golpe, con mucha calma, asomó la cabeza del nuevo ser y quedó dividido en dos: cabeza afuera y cuerpecito todavía adentro. La fragilidad de ese cuello cual puente, dividiendo la existencia de esa persona en dos... sumado a un primer llanto, me contagió y me largué a llorar. Lloré mucho. Lloré en sintonía con la existencia, con la fragilidad de estar viva, con el hermoso sentimiento que debe sentir una mujer cuando se vuelve vectora de una nueva vida. Insisto: lloré mucho, largo. Se ve que liberé una congoja. La vida. La vida misma.