viernes, 24 de abril de 2020

DÍA 42: ABUELOS QUE ASCIENDEN

No sé qué pegamento especial me pusieron... pero la cosa es que me dejaron demasiado adherida a mis ancestros. Pochi, Guillermo, Christiane y Rodolfo me producen una fascinación muy particular.


. . .

Así le escribía hace 14 años a mi abuelo, para el día de su cumpleaños 77. El motivo de los espacios entre algunas palabras se lo atribuyo a un poeta -Juan- que leía por ese entonces, que escribía dejando espacios. Hoy le festejo su natalicio recordando la carta. La memoria mantiene vivos a los muertos, dicen los mexicanos.

LELE.
Desde un abismo       con apenas dos décadas, puedo ver colores puros: no porque no crea que existen los matices, sino porque es necesario un momento de, llamémosle… “facilidad”.


Imaginemos un escenario negro, lados negros, base negra      o mejor cambiémoslo por blanco…  he allá, vos   desnudo, despojado de todo,  de todo lo que te complica…bah,  virtualmente te complica.

Sos,       ahí mismo, vos,  con lo que podés, con tu esencia, sin mucho más, pero                                                                                                                    más que suficiente, ¿no?    ¿Por qué no disfrutar de ese manjar simple, ingenuo si se quiere. Pero real, tan codiciado por varios. Es un tesoro que alguna vez ganaste, te vino del cielo, apareció junto a vos, el día en que apareció tu vida… Es un trofeo, el máximo de todos, es la suerte, es tu destino, lo que el mundo decidió atar a tus pisadas, a tus años en este territorio…


Y vos… ahí mismo, con lo que sos, con tu esencia, por favor solo preguntate,    cuánto mereces de ese manjar. ¿¡¡¿Cuántos bocados, cuántas gotas!??! La solución nació el mismo día en el que floreció tu vida…


 Mereces .                                                                                            .          .     

     absolutamente   


Todo


       Abuelo, ¡si te merecés todo!         


El riesgo, lo inexplicable de lo propio, de que algo me pertenezca…. Puede darme miedo….  ¿el miedo es eterno?              ¿El miedo se combate?     

Existió desde una tarde un invento, un arma… la llamaron “hacerse cargo”.        Fácil de activar    dócil…    tan solo ver; ver lisa y llanamente; ver en medio de todo ese espacio negro, digo blanco
         o             
                     mejor dicho   

ver blanco                                               o                                                 ver negro

vos, abuelo, sos quien activa esa diferencia, la diferencia pasa por vos, por tus ganas de vivir, de hacer que la vida, que TU vida sea feliz.        Se trata de que vos te hagas responsable de tu cuerpo y de tus sentimientos, de toda la gente que te quiere a tu alrededor, que son tu familia, son tu sangre, somos ellos: te gritamos para que nos sonrías, sin “peros”, sin tantos obstáculos entre la mesa y la lámpara…   Si total, ¿qué es lo más trágico que puede suceder? Que te choques… “Cuando no chocamos no vivimos”, dijo alguien que nunca conocí….   se trata de que confíes en sus gritos porque ellos-nosotros-tu familia  desean-mos      convencerte de que          todo es real  mente      simple
 Porque la suerte lo quiso así para vos             porque algo vio en tu cara, en tu carne, algún buen trigo,    síntoma de que tu vida sería apasionante a partir del momento en que vos quieras que así sea.                                                                       


 Abuelo          mira a tu alrededor  y sonreí


. . . 

Las casualidades no existen. Investigando entre algunos escritos de mi abuela Christiane, hoy quise llegar a un pasaje especial, y me topé con el mismo en el libro de ella. ¡Y oh, casualidad!, lo había escrito el mismo día de hoy, hace 16 años. Magia. Las casualidades no existen. Así escribe Christiane en su libro. 

24 de abril de 2004
Mi marido ya no está
Durante este intervalo sin escribir tuve que enfrentar lo más triste: la muerte de mi querido marido. Rodolfo murió el viernes 12 de marzo a las cinco y media de la tarde mientras le sostenía la mano. Ese día ya no había respondido como otras veces en que, mientras me la apretaba, me repetía:
—Te quiero mucho, mucho...
Estaba inconsciente desde el día anterior, cuando sus últimas palabras, apenas murmuradas, fueron:
—Ya no puedo más, dame una pastilla.
Respiraba ruidosamente y después de una larga inspiración, se quedó... y ya no respiró más. Yo me encontraba sorprendentemente tranquila. Pobre Rodolfo, hacía tanto tiempo que sabía que eso iba a pasar en cualquier momento.
Era un final anunciado que estuvo a punto de ocurrir cuatro veces antes, durante siete años de una enfermedad de lenta y progresiva declinación tanto física como espiritual, a la cual asistí con una sensación de total impotencia. Pasaron estos momentos difíciles dejándome una gran tristeza. Por primera vez, mi alegría de vivir tambaleó, y espero que regrese pronto porque es el sine quo non de mi vida. Sé que hay que darle tiempo al tiempo. Mientras tanto, continúo con mi relato, más que nunca basado en mis largas cartas a mamá. Tengo la impresión de que escribir y recordar mis primeros encuentros con Rodolfo me ayudarán a reponerme de su tan dolorosa ausencia.

Así escribe Christiane en su libro. 


. . .

Es viernes a la noche. Hoy voy a salir a mi cuarto y voy a bailar al compás de un whiscola.







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