Un viaje que iba a ser de tres meses a Europa, y se convirtió en otra cosa. Relato de una cuarentena que duele. Lastimaduras anestesiadas, lamidas con palabras y pensamientos.
El tipo me sigue motivando; me frota la punta del fósforo y activa la chispa, y después, la llamarada.
Lejos de ser un comienzo erótico, hago alusión al contagio que cierta gente tiene la habilidad de poder provocar. Ricardo lo tiene. Y es que él me cae mal en varios aspectos. Me hizo llorar mucho, pero muchas de esas lágrimas, como siempre, me condujeron al crecimiento inevitable. Se duele, se crece. Se duele, se crece. Escucharlo hablar, me devuelve al placer que yo sentía en sus clases de actuación, hace ya más de 10 años. Actuar es el manejo del flujo del tiempo a través del cuerpo de la actriz/actor y de cómo ella/él resuenan con la existencia imperdurable. Wow. Su verborragia. Su necesidad imparable de expulsar de su cerebro todas esas imágenes, todas esas conclusiones o manifiestos. Un decidor barroco que no para de sacar conceptos a través de su garganta, y por medio de la lengua, a través de los dientes, para que nos lleguen, todos escupidos, pero con esa película aceitosa y refinada que hace que se nos adhiera a nuestro propio cerebro (y también más inconscientemente, que se adhiera a nuestra carne) todo lo que emana y tiene para manifestar. Cínico, como el sólo. Conocer, como muy pocos del arte teatral, a mi entender. En un momento, él dice también, "todos nos estamos muriendo... un poco". Contemplé el relato cargado de información experimentada de un ser que empieza a apagarse.
Y yo, que soy adicta a crear y que en sus clases, frente a su maltrato volvía a repetir una y otra vez el ejercicio, sin descanso, sin darme respiro, aún con lágrimas y mucho sufrimiento y la sensación de que no sirvo para esta artesanía del actuar le hice frente a su arrogancia y falta de humanidad, para llegar a la otra orilla de su playa.... dónde yacen tesoros enormes, que no son mérito de él sino del teatro más antiguo que existió sobre la faz de la tierra.
Hay cosas que amarran y otras que desmoronan. Y en simultáneo también: me estoy amarrando y desmoronando todo el tiempo desde y hacia todas las cosas. Ni la muerte ni la vida son tan meritorios. Los logros y las muertes son parte de lo mismo. ¿Por qué celebramos los primeros y lloramos las segundas? Conozco poca gente que realmente no hace distinción entre su modo de reaccionar frente a unos y otras.
Digerir algunas situaciones puede llevarte más "masticadas" de las que te imaginás. Lo más valioso de esa acción de masticar es que te invita al silencio (no importa si sos más o menos educadx para comer)... pero mientras masticás está claro que tenés que hacer silencio. En la música, el silencio es el valor máximo. Silencio es también decir. Y hay silencios que dicen mucho.
Reencuentrarse de golpe con personas que tenías lejos es maravilloso. Es como reencontrarte con un libro que dejaste de leer hace tiempo. Sos otra cuando lo volvés agarrar. Con las personas y los vínculos pasa lo mismo, más allá de la posible conexión y complicidad que se mantengan intactos con el correr del camino.
Cada vez que le preguntábamos a mi papá algo durante el almuerzo o la cena, teníamos que chequear que no tuviera un bocado en la boca porque si llegaba a tenerlo, entonces había que esperar como un minuto entero a que tragara.... es que le encanta masticar bien.
50 veces, dicen, hay que masticar. Por lo general, desobedezco a esa ley. No me sale, mejor dicho. Quiero hablar mientras que mastico. Pero no de maleducada, no no. De ansiosa y de no darle importancia al suceso de desarmar algo para que atraviese mi garganta, y luego sea deglutido y luego sea llevado a los intestinos. En fin. Me cuesta digerir. Y ojo que me pasa con todo. Me dicen algo y, por lo general, antes de digerir, ya ando respondiendo. Así que hoy, aproveché el almuerzo silencioso para masticar. Empecé con el aparente pequeño desafío de un primer bocado. "50 veces", me repetí. Qué se hace con el pedazo de comida durante tanto tiempo en la boca? ¿De verdad tengo que andar abrazando y des-abrazando con los dientes al bocado tanto tiempo? ¿De verdad?
Lo probé. Me costó un montón. Seguí con el segundo bocado. Y el tercero. Aproveché cada acción de abrir y cerrar la mandíbula para pensar en lo que estaba digiriendo. Le sentí la primera resistencia a la carne. Después el asomar del jugo. Después el gusto a leña (sí era un asado). Después, ya sumergida en la rutina de saber lo que iría a sentir en la próxima masticada, me entregué a cierto acto inerte. Y prometí proseguir y no abandonar hasta llegar a la masticada número 50. Y ahí por fin... tragué. Aparecen trampas: por ejemplo, en la masticada 40 ya empezás a empecinarte con una zona del pedazo de comida, en vez de aprovechar girar el bocado e ir con los dientes a deshacer otra parte. Aparecen fugas: el pensamiento viaja hasta ya no sé dónde. Hay algo maravilloso del silencio que se produce mientras se mastica; haya o no haya alguien comiendo a tu lado.Es casi hermoso. En definitiva, con esto quiero decir que encontrar la belleza de masticar es algo formidable. 'Formidable', me gusta esa palabra. Ahora lo entiendo a mi papá. Y creo que esto de digerir debe ser aplicado a otros aspectos de mi vida. Voy a masticar más, antes de tragar. Antes de decir, también. Brindo por masticar más.
Brindo por estos pequeños detalles que me hace descubrir el encierro. Es como si la situación toda de esta cuarentena viniera con una lupa incluída con la que podés hacer zoom en la parte de la existencia que quieras...
Digna de la rutina de los últimos 56 días, estaba el otro día yo aislada, puertas adentro, en mi casa. Sentada en un sillón me dispuse a mirar hacia afuera, tratando de encontrar algo en la calle. De repente, descubrí que un jazmín se filtraba por el marco de la ventana. Pensé en lo fuerte de la imagen: yo, queriendo salir a la vida de allá, y el jazmín que, teniendo la posibilidad de estar afuera, quería entrar. ¿Será que acá también hay vida? Claro que la hay. La naturaleza acababa de darme una lección.
Así fue cómo nació el Haiku del Jazmín, que refleja algo de lo que, intuyo, puede equivaler al tránsito que nos toca afrontar a los humanos en este momento de cuarentena. Invité a mis amigas a regalarme dos escenas que estaban asociadas con esta doble acción de mirar por la venta con hambre de afuera, por un lado y, de hacer una actividad que las conectara con ellas mismas puertas adentro, por el otro.
Algunas de mis amigas me ayudaron a concretarlo, junto con mi mamá, bruja hermosa, y
Este es el resultado. espero que les guste. Miremos hacia adentro. Aprovechemos el momento impuesto para averiguar de qué estamos hechxs.
Se rebobina por sobre todo lo andado cuando te disponés a aprender algo nuevo. O algo viejo, pero desde un nuevo lugar. Así me gusta hacerlo a mí, al menos. Caro me está dando clases de lírico por estos días, y la realidad es que me siento chiquita de nuevo, como jugando, durante esa hora en la que me pongo el traje de (Bobby) "esponja" y absorbo. Jugar sin otra intención que...descubrir, como por accidente.
Nos falta jugar más, loco. Si me pregunto cuántas cosas en el día hago por placer y cuantas por obligación, lamento reconocer que mi respuesta es la segunda. Voy a mutar esto. Y voy a transformarlo rápido. Que eso de que los procesos llevan tiempo, vamos, también es una elegante excusa.
Esto me recuerda al final de la obra que hice sobre mi abuela Christiane, una científica, que jugó, en realidad la niña exploradora toda su vida. La primera versión de la obra terminaba con un texto que rezaba:
Me parece que ella ha sido como una niña jugando en la playa, y que se divertía al encontrar alguna piedra bien pulida o un caracol más extraño que los comunes, mientras el gran océano de la verdad se extendía delante de ella, totalmente desconocido.
Belén aprieta play en un grabador que reproduce la voz actual de Christiane:
CHRISTIANE: J ́ai l ́impression d ́avoir été comme un petit enfant jouant sur la plage en s ́amusant à rencontrer une pierre bien poulie ou une coquille plus jolie que l ́autre pendant que s ́étendait devant moi l ́ immense océan de la vérité à découvrir.
. . .
De regalo, una foto de Christiane de cuando sus primeros años de exploradora.
De izquierda a derecha: Francis, James, Christiane y Sergine.
En Marzo de 2019, me encontraba cursando una Beca Fulbright en Nueva York, pero me escapé por tres días y dos noches a hacer función de "CHRISTIANE" en un festival en la Ciudad de Panamá. Allá, tenía tres objetivos para concretar en esos tres días: 1) hacer la función; 2) ir a la playa y meterme al mar; 3) reencontrarme con Patricia Vlieg, una cantora panameña con una maestría increíble.
Cumplí con las tres misiones. Hoy voy a hablar de la tercera, en particular, porque me shockeó. Pasé 11 horas con Patricia. Desde un café al mediodía, siguiendoe por ir a su casa a compartir música, y terminando en una cena hermosa las tres, junto con Vilma, su brillante compañera de aventuras
Patricia mira sin necesidad de ojos. Es de esas personas que tienen una claridad de imagen que sólo, intuyo, se les confiere a aquellos que no tienen la vista contaminada con todo lo que 'no-vale-la-pena-ver".
Cuando llegamos a su casa nos sentamos en un sillón de un sólo cuerpo, las dos, y nos pusimos a hablar como si nos conociéramos de toda una vida, o mejor dicho de alguna otra vida. Después, en cinco mágicos minutos, programó el audio y el sonido de sus parlantes y voilà! Teníamos diseñado un set para hacer música con el piano y dos micrófonos. Les prometo que nunca escuché una mezcla de sonido tan buena como la que diseñó está mujer en cinco minutos y sin la ayuda de los molestos y aburridos ojos.
Hicimos música, pero más que eso: me fui de viaje, planeamos juntas por unas nubes de todos los colores, dejó de existir el adorno del tiempo, se hizo de noche y, como nunca habíamos prendido la luz, porque ella no lo necesita y entonces 'si ella no la necesita', entonces, yo tampoco', pensé. Quedamos a oscuras alumbradas únicamente por la música. Viví el espectáculo más increíble de toda mi vida. Sonó la magia. Nos reímos y nos escondimos en un planeta infinito, vasto, al que sólo acceden aquellos que se atreven a ver lo que no se ve.
Salí levitando de su casa, y de ese día/noche, y también de mi viaje a Panamá. Inicialmente, esos tres días de gira sola implicaban para mí un desafío porque era la primera función de "CHRISTIANE" que haría en otro país completamente sola, sin asistente. Pero después de ese día revelador... descubrí lo chiquito que me había quedado aquél desafío porque Patricia, con su artistría, me había revelado hasta dónde puede llegar el reto interno con una misma. Puro aprendizaje. Ella, una Maestra.
. . .
Les dejo, a modo de souvenir, un video de una improvisación que filmamos esa tarde/noche. Lamento confesarles que el video sólo refleja un 3% de lo que flasheamos durante esas horas que, hubiera rogado, fueran interminables.
Una vez vi una obra de teatro de una compañía que venía de oriente: era danza Butoh. Aparentemente no había cambio en la escena. Arrancaba con un gran espacio blanco y despojado. De golpe, tenías 50 calas gigantes y varios actores bailando una danza pausada. Era de ensueño la pieza. No sé en qué momento ese desierto blanco se pobló y no sé en qué momento volvió a tornarse un desierto. Pero te digo que pasaron las dos cosas; tengo prueba de eso. Solo que la mutación se dio con tanta elegancia...
No hay certeza de cómo.... pero de golpe, se produjo el cambio. Él anda más serio. Más acelerado. Escurridizo. Ido. Más flaco. Perdido. O demasiado encontrado, no sé. Creció la distancia. Mucha interferencia. Andan saturadas las capas de conexión. Quedamos re lejos. Arrancó ayer. Es increíble cómo, imperceptiblemente, las cosas mutan notoriamente. Se trata de una mutación que se da con tanto disimulo, que ni te percatás.
A raíz de lo que leí ayer y de una charla con Ana, me acordé de un texto que escribí a los 22 años, cuando todavía no existían el #niunamenos ni el #womenempowerment (bah, no existía en esos términos). El texto se llama Ladra la lengua de la loba y que quisiera volcar hoy acá.
Ladra la lengua de la loba
Había olor a ella y me hacía falta más
Se le caían las sonrisas, sin saber por qué
Gritaba de dolor
Se daba látigos de culpa
Toda una estatua de sentimientos frágiles
Me sangraban sus ojos, por las tripas
La escondería entre mi lengua, si dejara de temblar
Hoy leí en un ciclo de poesía y textos literarios de toda índole. Leí algo que escribí y después canté una canción mía. Estaba nerviosa antes de que empezara la sesión vía instagram. Extraño como actriz el estar en el escenario, me pongo nerviosa antes de esta transmisión por ¡instagram!, como si estuviera por hacer mi escena en un teatro. Le agradezco, de golpe a Instagram por permitirme esta emoción.
También les dejo lo que leí en el ciclo de poesía hoy, pero hecho canción; lo lanzamos juntos a mis amigxs Pablo Green y Rayanna Griffith hace un mes, aproximadamente. Dejo la letra en castellano y en inglés al final del fin del día de hoy.
. . .
Dénle PLAY.
El arte de tapa de la canción es de mi querido amigo Julián Dorado.
Música/Music: Pablo Green Voz/Voice: Rayanna Grifith Letra/Lyrics: Belén Pasqualini
ACA VA LA LETRA:
Prenderse fuego
Y un día
entenderás
que nos alimentamos de detalles;
que no solo comemos para
sobrevivir.
Y un día
te encontrarás cantando para persistir
como el eco que resuena para trascender la chispa del instante,
mientras tus piernas te desfilan por un planeta que no se llama
Tierra
Morder, con paciencia
Ser, con vehemencia
Ser ese hilo
de luz
que se cuela sin prudencia
por el fuelle del bandoneón
que representa cada día.
Cuando quieras explotar, primero
prendete fuego
Cuando intentes explotar
vas a tener que -antes-
explorar
adentro tuyo
donde yace
el comienzo de la mecha.
Creés que afuera hay posesión
pero allí anida, solamente, Poseidón;
Pues lo que realmente posees…
Es tu interior
El interior de tu costado.
Dejar trotar al corazón
que trastabille hacia lo incierto
que nos miramos entre seres,
sin saber
cuánto de nuestro hay en lo
vuestro.
El futuro
es esa
escarapela
que te encajan en el acto del colegio.
Los días por adelante,
son esa especie de obligación,
de paradero indefenso.
Que me pregunten qué me gusta más que
explotar;
explorar diré: andar
quieta y en silencio
Porque en esa estática aterciopelada y cruda,
entiendo cómo avanza el sol,
descubro cómo se solapan los momentos.
Rebobiná en tu deseo;
no explotes.
Explorá, en cambio,
el alma de ese indefenso Ser que carga tu nombre.
No muevas tus pestañas,
que no se escape el ojo
del otro
que te está mirando,
que te está diciendo,
ladrando,
enseñándote sobre tus propios votos.
No te olvides de quedarte quieta
y en silencio:
así, amarrarás hallazgos.
Rebobinar en tu deseo; no explotar
Invernar en cambio,
Desinflar el verbo,
Resusitando, pero ya no
con la forma que adoptamos para actuar.
Que nada de eso es Real
que los hechos son estampas que dan prueba de la pérdida del tiempo
el tiempo... que no es más que el cuento de unos cuantos
neutrones y protones y electrones,
en unas cuantas hamacas.
Y al final del silencio,
cuando el incienso arda,
me encontrarás,
también allí,
callada, mirándote,
queriendo mostrarte
el cuadro pintado que ya no habla
porque no necesita,
porque no sabe,
porque no sabe a nada en medio de estas
rocas infernales
de hazaña y sinsentido.
Y un día
te desatás la camisa del cobarde
te vestís con más simpleza
Te volvés la enagua de la enagua que se mece al compás de lo que no necesita hacer,
para nombrarse.
Amar
es descrubrirse
en el ojo del que está enfrentándote.
Y de repente, ahí sí explotás;
y explotar se ata a lo
inevitable.
Que explotar, bien en el fondo,
es descubrir que no existe
nada
más allá de mirarse.
Exit Yourself
And one day
you'll understand
that we feed on details;
which is not just eating for survival.
And one day
you'll find yourself singing to persist;
like the echo that sounds to transcend the movement's spark,
while your legs parade you through a planet that's not called Earth.
Bite with patience,
be vehement,
be that thread of light that seeks prudenceless
through the bellows of that bandoneon that represents each day.
When wanting to explode
set yourself on fire, first.
When trying to explode
you'll have to explore, first,
inside yourself, where the beginning of the wick lays.
You think outside there's possession
but there only nests Poseidon;
well, what you really own is your inside
-the inside of your side-.
Let your heart jog,
let it stumble towards uncertainty.
We look at each other without knowing
how much of ours is in yours.
The future is that cockade
your teachers fit you during the school's ceremonies.
The days ahead are that kind of obligation,
of helpless whereabouts.
Ask me what I like more than
explosion; exploration, I will say:
walking still and silent.
Because in that velvet and raw static
I understand how sun moves on,
how movements overlap.
Rewind in your desires, don't explode;
explore instead the helpless souls that carry your name.
Don't move your eyelashes,
don't let your eye escape from the other
who watches you,
who is telling you,
barking at you,
teaching you about your own vows.
Don't forget to stay still
and in silence
and thus,
you'll tie findings.
Rewind in your desire, don't explode;
hibernate, deflate the verb, resurrect;
but do not, with the shape we adopt to act;
'cause none of that is real.
Facts are prints that give proof of the waste of time.
Time is nothing more than the story of some
neutrons and protons electrons,
in some few hammocks.
And at the end of the silent
where the incense is over
you'll find myself, also there,
silently staring at you,
wanting to show you,
the painted picture that no longer inhabit
because it doesn't need
because it doesn't know
because it doesn't know anything in the middle of these
Hoy celebramos los 50 días de cuarentena. Salí 6 veces como mucho (el resto salió Tom a comprar) porque me di cuenta que sufro menos adentro que afuera. En las calles respiro y se me impregna un toco toda la situación y entonces no puedo. Vuelvo a la casa hecha una ameba, soy una esponja que todo lo absorbe y me hace mal. Me resguardo en mi mundo del juguete con mis mundos, mis cosas, mis pensamientos, mi remanso.
Pero si me sincero, si me concentro en mi sentir, ahora, tengo que confesar que es como si me hubiera detenido poco y nada en estos cincuenta días, a lamentar el cambio de rumbo de estos meses en mi vida. Sí, ya sé, como en el caso de la humanidad toda. Ya sé. Pero bueno, uno sufre el dolor propio, además del de la humanidad completa, porque uno convive con el propio cuerpo.
Es como si me hubiera auto-programado para no lamentarme, para no amargarme de lo que aconteció - o, mejor dicho, de lo que no llegó a acontecer-. Algunas mañanas me pasa que me levanto y miro un afiche de las funciones que iban a ser en Portugal, en el Festival de Teatro de Alentejo y digo "Yo estuve ahí, esas funciones eran verdad y estuvieron a punto de suceder". Esos días, me cuesta más tránsito hacia la noche. Qué sé yo. Ya van cincuenta días y cincuenta noches, y me lamenté muy poco. Menos de lo que hubiera esperado de mí. Quizés se deba a demasiado positivismo en mi sangre, demasiada Joie de vivre heredada de mi abuela francesa, Christiane (a su vez, inyectada por su mamá, Maggie). Me debato todo el tiempo entre la dualidad de permitirme la lágrima, la angustia por lo que yo no logro aún digerir de la situación exótica que estamos viviendo, tan fuera de serie.... y por el otro lado, soy la que salta y festeja cada momento, y encuentra magia en la sombra de la luz en una parte de la casa. La sombra penetrando, es la prueba de que hay cosas que no vemos pero que son, y que generan sombra. O sea, no vemos las cosas, pero vemos su impacto y eso nos da prueba de su existencia. Entonces el afiche del festival portugués da prueba de que ese festival -no fue pero- pudo haber sido, estaba todo listo para que sucediera... y sin embargo, acá estoy en Buenos Aires.... de vuelta, sin haber actuado. De la misma forma, la lágrima queriendo ser pero guardándose, es la prueba de que hay dolor adentro mío, hay dolor siendo en alguna parte de mi cuerpo. Hay veces en que me gustaría ser menos robot, más humana. Permitirme el error, tropezar hacia lo incierto, como quién diría. Me resulta insoportable vivir en constante programación.
Hoy cumple años mi abuela Elsa Mabel Minetti Frascoli, alias "Elala".
De todo el linaje femenino que se esconde en las ramas que suben hacia mis antepasados es, ella, la más coqueta. La más pispireta. La más charleta. Una fanática del lema "la comida es amor". Además está elegantemente loca (hay una herencia de esa locura en el resto de su descendencia femenina, y eso me incluye). Hoy Elala cumple 91 años y este año, tuvo más gente cantándole en vivo el 'feliz cumpleaños', que la mayoría de nosotros, los nacidos entre marzo y mayo. Sus amigxs de geriátrico le recordaron, al final del canto, que pidiera 3 deseos, a lo que ella respondió en voz alta (no cree en eso de que si los gritás no se cumplen: "FELICIDAD FELICIDAD FELICIDAD".
Volviendo a lo que escribía el otro día, se me ocurre preguntarle a mi abuela, en el aire: ¿pedís felicidad porque es lo que te falta? ¿Pedís felicidad porque se trata de un mero slogan que nos venden? ¿Aullás felicidad porque llegaste a ser al fin un gurú, sos sabia a modo de devenir probable en alguien que vivió 91 con salud y días buenos? Y la verdad es que no puedo acceder a la respuesta auténtica. La llamo por teléfono seguido al geriátrico para charlarle y que me cuente de qué otro abuelito está celosa, para que me cuente que las enfermeras hoy no le dieron tantos besos como ayer.
Hoy la llamé dos veces. En la primera, nos agradeció el video que le armamos con toda la familia y que le mostró una de las enfermeras desde el celular. Después nos cortó porque tenía que almorzar. En el segundo llamado, me contó que le habían dado de almorzar locro y que le había tocado poco mondongo en su ración. Al final de la frase soltó un "Bueh, mala suerte!", que me mató. Hablamos como 15 minutos hasta que, dejó de prestarme atención, se ve que bajó el teléfono y se colgó ofreciéndole torta a su amiga Bruna, quien a su vez le respondió que ya había comido su porción permitida y que no podía repetir por el colesterol. Mi abuela le insistió en que comiera otra chiquitita, ya que no hay torta todos los días. Después la conversación derivó a los nervios que le genera a Bruna que le pinchen el dedo cada día para medir el colesterol. Mi abuela le dio tips para ese momento, mi abuela... una canchera del pinchazo. Le grité al teléfono varias veces "Elalu...Elalu....", pero mi abuela nada, seguí perdida en la charla con Bruna. Y la dejé, porque me encantó esto de espiarla en la normalidad de sus vínculos. Pienso que como buena actriz encubierta que es.... a nosotros nos actúa un pco, nos finge el "drama", pero en esa charla clandestina que tuve el honor de escuchar, vislumbré a mi real abuela de 91 años, con su proceder genuino, con sus consejos de amiga, con su coraje de diabética entrenada en recibir abrazos en forma de pinchazos.
Tener motivos para levantarse. Hoy me di cuenta de lo importante que es. Siempre los tengo yo, a decir verdad. O mejor dicho, pocas veces no los tengo. Y es que asomar del maravilloso auto-micro-hábitat de la cama, ese que estuviste forjando a fuerza de sueños y respiraciones, y de cuerpo aliviado que se olvidó de tener que ser, para salir al día, es algo muy difícil. Tener motivos para levantarse, es la única solución que se me ocurre. A medida que se acerca el invierno, inclusive más.
Por otro lado, pienso en que la cuarentena invita a desdecirse. Uno está bajo el estado de una droga.... sensorial.... los días son chicles, y chispazos, según el día, según el estado ánimo, según hace cuanto te levantaste. Entonces... uno enloquece un poquito. Y en ese enloquecerse, es normal de vez en cuando, contradecirse un poco; que cada pensamiento le juege la pulseada al otro.
En otro orden de cosas, hoy descubrí algo jodido. La gente que se la pasa diciendo que hay que disfrutar, o hay que valorar la existencia, es la gente que, aparentemente, más dice ser consciente de esto, pero acabo de descubrir que es al contrario: si tenés que estar repitiendo eso cual mantra para vos y para el prójimo todo el tiempo, es porque no te lo estás creyendo, porque todavía no lo incorporaste. En cambio, los que no lo dicen, probablemente ya lo hacen, y no deban detenerse a escuchar el cassette de la auto-ayuda cada dos por tres. LO más incómodo del descubrimiento, es que pertenezco al primer grupo...
Quisiera espiar cómo anda en este momento de introspección obligada, cada persona que quiero y que solía estar en mi vida tridimensional. Cómo vive, qué come, cómo aprovecha la elasticidad de este momento chicle, sin tiempo, sin reglas, sin prisas, sin órdenes de tareas. Cómo hacen para lidiar con cada uno de estos días que, más que árboles, devinieron en arbustos: es lo mismo entrarle por cualquier rama al 'matorral' de cada uno de estos días (incluso vale si no querés entrarle y te quedas como una ostra observándolo pasar).
Dos cosas me gustan de lo que genera estar 47 días aislada de contacto con las personas: aparece la contradicción, es decir, digo A pero hago B; aparece la desesperación, es decir, no mido mis actos, soy puro impulso. Lejos de concebir ambos aspectos como negativos, creo fervientemente en que tenemos que abrazarlos a ambos y llevarlos al otro lado del charco (no, no a Europa, me refiero al resto de nuestra vida), cuando sea que se pueda cruzar al otro lado del charco. Después de este MOMENTO (así, con mayúscula) creo que no podemos volver a ser los no-desesperados de antes. Vivamos como si nos estuviéramos por morir; que de hecho es cierto. Como si nos estuviéramos por caer, o lo que es más osado, como si ya estuviéramos cayendo. Es que es eso. Un mensaje para la humanidad: estamos cayendo constantemente. Hagamos eso que postergamos, pero de verdad. De verdadera verdad. Con fracasos y desaciertos, doy fe de que lo vengo intentando en gran parte de la cuarentena -y de mi vida-, excepto por los ratos en los que me vuelvo mundana y trivial, claro.
Volviendo a lo del principio, quisiera espiar cómo vive cada uno de mis amigos en su búnker. Quisiera adentrarme ahí en lo agridulce de la sincera convivencia con lo que son consigo mismxs.
. . .
Por estos días esa desesperación hace que muchos se rapen, bueno yo me hice trenzas en el pelo. Siempre quise tener el pelo con todas trenzas. No me salió exactamente como flasheaba pero me gustan. En otra vida viví en Africa. Y todavía quiero irme a vivir con los Pigmeos a Camerún. A intercambiar leyes musicales. Dejo la foto para que me crean.
No quedan bocas ya en la ciudad. Se fugaron. O se metieron para adentro (lo cual es otro modelo de "fuga"). NO quedan bocas caminando, hablando, besándose, ni siquiera insultándose. Ya no se dice a través de la boca: ahora, lo que habla en representación nuestra es un rectángulo insulso -no importa el color, siempre será insulso- que se mueve apenas con la variante de una u otra vocal.
¿A dónde se fueron las bocas? ¿Quién se las robó y qué está haciendo con ellas? (Me atrevo a decir que las narices y el mentón también fueron raptadas, pero ésa es ya, otra página y no voy a detenerme ahí ahora.)
Las bocas nunca van a dejar de hacer su trabajo, por lo que tengo fe que, a donde sea que hayan ido, van a estar diciendo...algo. A veces de noche, me pareciera escucharlas hablar, así, a lo lejos. Piden cosas. Sienten cosas y nos las compartes, a los que estemos dispuestos a oír. Si no es así, entonces que alguien me dé otro motivo para que hayan tantos poemas pululando por ahí por estos días, por el aire. Toda esa poesía que anda suelta, sin correa, son las bocas que, cual fantasmas, deambulan alrededor nuestro, invisibles pero visibles al oído.
Uno de estos días, me voy a revelar del barbijo, voy a armar un ramo de flores con todo lo que me dijeron las bocas y lo voy a decir. Bocas detrás de barbijos.
. . .
Volví a soñar con A. ¿Por qué sigue volviendo? Si ya lo dejé descansar.... que zarpe, que remonte vuelo. No ayuda que en la tele alguien porte su rostro, especie de hermandad encubierta, indirecta, lejana. Definitivamente, no sirve. Hay días, en los que, mientras escribo en la computadora, percibo como si mis dedos y antebrazo fueran una prolongación de los dedos y antebrazos de A. Se me vuelve automáticamente la imágen de él escribiendo en la mesita de la cocina. Con el sweater a medio arremangar, con ese gesto tan ansioso, tan alérgico, tan suyo. Pienso en lo inevitable de contagiarnos los pedazos de aquel/lla a quien tenemos al lado, con quien compartimos. Ese otro/a que se nos impregna, que se nos cuela como por ósmosis, y muy a pesar nuestro. Y una vez que parte, todo lo que se filtró de él/ella queda, a modo de postal o de souvenir. En mis dedos y mis antebrazos con el sweater arremangado veo, cada vez que escribo, una postal de lo que fue la vida con A.
En la hora frágil Cuidarte es un hilo Me siento responsable No quiero que pase nada Te cuido mientras vos dormis La casa sola, para vos y para mí Tengo miedo de tener que resolver No sabría que hacer; me rebalsaría la emoción Abri tus escritos y tienen tu aliento, tienen tu olor Cruje más que nunca la musica de la escalera de madera Me pregunto cuándo va a ser la última vez que nos veamos No hago ruido, prefiero que sigas, como hasta ahora, dormida ¿En que andarás soñando, a dónde andás viajando, ¿puedo ir con vos?
. . .
Vista con los ojos cerrados, la de arriba, podría ser una pirámide de las de Teotihuacán. Viste desde adentro, es un mensaje a mi abuela Christiane. Hoy fui a cuidarla unas horas. Llegué a mi casa tarde, se me fue todo el día en eso. Qué importa. Creo que fue uno de los sucesos más reales e importantes en estos 45 días. Eso sí, le llevé chocolate.
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De paso, esta postal de souvenir, con Tom en las pirámides, en 2015/16